Cuento «El ladrillazo».

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«Un joven y exitoso ejecutivo manejaba a toda velocidad su automóvil Jaguar último modelo. De repente, sintió un gran golpe en la puerta… ¡¡CRASH!! Cuando se detuvo y bajó de su lujoso auto, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el cristal. Se subió nuevamente, pero esta vez lleno de ira. Dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda velocidad al lugar de donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar su hermoso vehículo.

Salió del coche de un brinco y agarró por los brazos a un pequeño niño; empujándolo hacia el coche estacionado, le gritó a toda voz.

–¿Qué has hecho? ¿Quién te crees que eres? ¡Es nuevo mi coche y ese ladrillo que le tiraste lo ha estropeado! ¡Te va a costar muy caro! –dijo enfurecido el ejecutivo–. ¿Por qué lo hiciste? ¡Contesta!

–Por favor, señor, por favor –dijo el pequeño entre lágrimas–. ¡Lo siento mucho! ¡No sabía qué hacer! Le tiré el ladrillo porque nadie se quería parar a auxiliarme.

Las lágrimas bajaban por las mejillas del niño, mientras señalaba hacia un lado de la calle.

–¡Es mi hermano! –continuó el chiquillo angustiado–. Se volteó su silla de ruedas y cayó al suelo… ¡Y no puedo levantarlo yo solo! ¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Se ha hecho daño y pesa mucho para mí… soy muy pequeño».

Impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo se tragó el nudo que se le formó en la garganta. Inmediatamente accedió a ayudar al niño y corrieron hasta donde éste se encontraba. Levantó al joven del suelo y lo sentó nuevamente en su silla de ruedas. Sacó un pañuelo de seda para limpiar un poco los cortes y la suciedad sobre las heridas del hermano de aquél chiquillo tan especial.

Después de comprobar que se encontraba bien el hermano mayor, miró al pequeño héroe, quien le dió las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie.

–Dios lo bendiga, señor… ¡Y muchas gracias! –le dijo el chiquillo–.

El hombre vio como se alejaba el pequeñito empujando con mucho trabajo la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casa.

El ejecutivo jamás arregló la puerta de su coche, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo para recordarle el no ir por la vida tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que se detenga y preste atención».

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Autor anónimo.

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