Una tarde, un niño volvió del colegio muy enfadado a casa. Al entrar tiró la mochila de mala manera y entre dientes empezó a insultar a su amigo:
–¡Tengo mucho coraje! ¡Me gustaría que se muriera! ¡O que se enfermara para que jamás volviera a la escuela! ¡Me humilló frente a todos!
El padre del niño –un profesor acostumbrado a solventar problemas entre jóvenes-, estaba corrigiendo tareas en una mesa. Volteó a ver a su hijo y, sin decir ni una palabra, se levantó, fue al jardín y a lado de la leñera, tomó un pequeño saco de carbón que lo dio a su hijo.
-¿Ves aquella camisa blanca, que está colgada en la cuerda del tendedero? Piensa que es tu amigo, el que te ha humillado y mentido. ¡Imagínate que él es esa camisa blanca! Cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento dirigido a él. ¡Díselo tomando un pedazo de carbón y lanzándolo a la camisa! Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Al rato regreso para ver cómo quedó.
El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones, pero como la tendedera estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa. ¡Al final el saco estaba vacío y el niño cansadísimo! El padre regresó y le preguntó:
–Hijo, ¿cómo te sientes?
-Mucho mejor, aunque un poco cansado –respondió el niño-.
–Ven conmigo, quiero mostrarte algo –le dijo el papá tomándolo de la mano-. ¡Mira qué sucia terminó la camisa!
El niño miró de cerca la camisa y vió que tenía muchas, muchísimas manchas de carbón. En eso el padre vuelve a invitar a su hijo:
–Ahora ven al espejo y mírate tú…
¡Qué susto! El niño estaba todo sucio, todo negro… ¡Se había tiznado la cara, los brazos, la ropa…! ¡Todo! Tanto que sólo se le veían dientes y ojos. En ese momento el padre le dijo:
–Como te habrás dado cuenta, hijo, la camisa quedó un poco sucia, pero no es comparable a lo sucio que tú quedaste. El mal que deseamos a otros –continúo el padre- se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre quedará en nosotros mismos. Recuerda siempre esta frase de William Shakespeare: «La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro».
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Paráfrasis de autor anónimo.